viernes, 31 de agosto de 2007

Ladrar al aire


El perro, a veces, habla solo... Pero no como los humanos, claro. Lo que hace, en su afán contemplativo, es comentar las cosas consigo mismo. Es una manera de tomar conciencia de ellas. Como es un perro, no le funciona la memoria igual que a las personas, que recordamos casi sin querer, sino que debe concentrase más en lo que ve o escucha, recrearse, para que le quede un recuerdo.

Y a veces ladra al aire porque se emociona. El toro enamorado de la luna. El perro enamorado de lo inmenso.

Todas las grandes extensiones le atraen sobremanera. Le encanta sentirse pequeño en la inmensidad, y varias horas se le pasan en varios minutos cuando contempla hacia lo lejos, imaginando lo que habrá donde ya no le llega la vista. Entonces ladra... Y a cualquiera le parecería que espera respuesta, pero no tiene por qué. Y, desde luego, no suele esperar respuestas de otros perros; lo que él quiere es, posiblemente, entender los motivos de lo inmenso.

Pero despreocúpate, que un perro no quiere realmente eso o, mejor dicho, puede quererlo pero no darse cuenta.

Una vez me puse a ladrar con él. Coincidimos en una venta de Andalucía. En la parte de arriba estaba él, correteando por el balcón. Al principio le observé. Ladraba varias veces y observaba; volvía a ladrar y se quedaba de nuevo petrificado. En frente había montañas, y al fondo del todo se veía el Mediterráneo. Pasados unos minutos le empecé a hacer rabiar: le tapaba los ojos y le ladraba al oído, pero lo único que conseguí es que me esquivara continuamente para seguir observando y ladrando, esperando y ladrando.

Y empecé a ladrar con él. Me miraba a los ojos, y siempre esperaba a que ladrara yo para seguir. Hice la prueba: una vez paré más de un minuto, y otra vez algo menos. No ladraba el perruco. Pero ladraba yo, y ladraba él.

Cuando la venta se fue llenando de gente y los platos iban de aquí para allá, me acerqué al mostrador y pregunté de quién era el perro. Me dijeron que no lo tocara, que era uno de esos perros silvestres que me podían arrancar el brazo de un solo mordisco... Pero yo no les creí.

En ese momento yo tenía menos de 12 años y era bastante perro también: fiel, leal, ladrador rebelde... Y entre mis características humanas estaban el auto-odio, la rebeldía sin causa, la incomprensión autoinducida... Pero bueno: normal; me estaba metiendo en unos años que no me apetecían, y reírme de mí mismo no era mi fuerte.

Pero era feliz, y creo que casi cualquier niño tiene que recordar algún instante en el que lo fue. El perro también lo parecía, y disfrutaba observando el ir y venir de las gentes en la venta, con sus gritos y con los niños dando saltos: aglomeración, que maravilla.

lunes, 27 de agosto de 2007

¿Quién entiende al que no entiende a nadie?



El marinero de la pipa, al que todos señalaban con el dedo por pintoresco, no podía dormir. Se quedó dentro del barco, y de vez en cuando paseaba por el puerto. La gran expectación provocada por el descubrimiento del diario le había hecho sentir persona...

Nadie sabía en qué lugares había estado el marinero antes de llegar a este lugar. Además, nadie se había dado cuenta de su papel en las investigaciones que a partir de entonces se iban a llevar a cabo.

Los mensajes en botellas han estado siempre en nuestra mente colectiva como esas intromisiones preciosas de otros mundos en el nuestro. Cada mensaje tuvo su significado, y las personas que los enviaron hicieron su particular apuesta. Quisieron ser leídos, y daba igual la lengua en la que se expresaran. Las corrientes de los mares divulgaron noticias increíbles. Corrieron las fábulas. Los amantes, aliándose con la inmensidad de los océanos, transmitieron su desesperación a miles de millas.

El marinero tenía ahora en sus manos, mientras encendía su pipa en el interior del barco, una prueba más de que los mensajes secretos viajaban por el mar. No había botellas, pero el libro había aparecido en cubierta. Hasta entonces, el marinero había llevado una vida tranquila. Cuando, tras una larga travesaía, regresaba por unas semanas a su casa en Alejandría, su esposa le esperaba ansiosa de noticias. Habría tenido que zarpar hacia su hogar si no hubiera sido por ese diario amarillento, ese pergamino ininteligible que amenazaba con mantenerse en su vida muy a su pesar.

sábado, 25 de agosto de 2007

Tenemos suplemento

Si quieres mirar durante un rato hacia otro sitio, visita el suplemento. A partir de ahora siempre estará entre las perropropuestas, y de vez en cuando te recordaré que lo mires.

http://perrodiario-suplemento.blogspot.com/

viernes, 24 de agosto de 2007

Los niños y la fuerza


Persiste el viento y las olas se ven grandes incluso desde lejos. La niña, asomada a la ventana, observa las olas y casi distingue el barco. La gente que lo rodeaba está ya, seguramente, en la cama soñando. La niña no está siquiera acostada. Las fragancias de las plantas de fuera le hacen soñar despierta. Además, le dio la hoja perdida a ese marinero y está contenta por ello.

Todos los que estaban allí tendrían sus pensamientos sobre el barco, sobre el diario, sobre los piratas y los tesoros (vaya cosa antigua)... Todos pensaban en algo excepto ella, que sólo pudo concentrarse en discutir con su amigo. ¡Que si se creía la reina! ¡Pues claro que sí! La reina del mar, la reina de las orillas, la más guapa de todo el pueblo, pero a la que nadie creía si abría la boca... "Pues que no me crean", pensaba, "ya veremos lo que pasa con el barco".

El perro dormía en su cabaña, que estaba en la parte de abajo de la casa de la niña, que era una cabaña también.

Pensamientos en el puerto


- ¿Qué pasa aquí? Pero bueno, ¡¿qué pasa aquí?! ¿Dónde está mi nieto? ¡Ah, allí! ¡Pero si allí no se podía entrar! ¡Ahora mismo voy a por él y le echo una bronca! Siempre se está metiendo en algo. Y encima con la niña ésa, ni que fueran novios con la edad que tienen. Esa niña no va a hacer de mi nieto un prematuro.

- Los niños se creen que van a encontrar un tesoro o algo por el estilo. Y todo por ese maldito libro. Voy a tirarlo al mar, o si no yo mismo me tiro. Después llego a mi casa y mi mujer, en lugar de apoyarme, me empieza a mimar y a ponérmelo todo por delante. ¡Puñetera pipa, que no para de apagarse! ¡Es que no entiendo por qué está la gente haciendo fotos al libro! Una de estas noches voy a tirarme al mar, sí, ¡por la parte más profunda!, y nadie va a saber de mí. Me iré nadando hasta que llegue a un peñón, y ahí me quedaré hasta que me muera... porque no hay ni tiburones por aquí cerca, para que me coman vivo.

- Es bello esto. Es inquebrantablemente bello. Yo soy bello también, y la niña es preciosa. ¿Cómo será su madre? El perro siempre la acompaña. Yo les he visto venir juntos. Le tengo que decir a esa niña lo preciosa que es. ¡El diario de a bordo! ¡Las veces que yo he soñado que me encontraba un barco y que el barco tenía...! ¡Qué fuerte!... y las gaviotas dando vueltas, y el perro dando brincos y moviendo la cola feliz... Hoy ya estoy contento para todo el día.

· Me voy a concentrar. ¡Me voy a concentrar, porque sé que si me concentro podré leer la mente del perro y podré saber lo que el perro está pensando! Los rebobinadores me enseñaron a hacerlo, y ahora no me sale. ¡Demonios, ya me viene algo!: Luna quemada, mares en llamas, ranas bailando en un escenario con payasos al fondo... Es que me vienen tantas cosas a la vez. Luna quemada, fuego en la cárcel. Bueno, ya aprenderé la técnica. Tengo que hablar con los rebobinadores. Les llamaré por telepatía.

Para entender mejor al perro y a la niña


Muchas veces, hurgando entre mis temores, recuerdo que hay uno que podría pasar por poco serio pero que, para mí, no es ninguna broma: temo que pasen los años y que se me acaben las ideas.

Nos sometemos a las arbitrariedades de nuestra vida como si fuésemos autómatas. Unos más y otros menos, derrochamos nuestras ideas creativas transformándolas en ideas prácticas para llevar mejor la rutina.

El perro no entiende de rutina. No creo que ningún perro tenga una idea clara de lo que le rutina es, y por eso es el perro el más indicado para llevar una vida viajera... Incluso me atrevería a afirmar que los que hacen de su vida un viaje permanente han aprendido del perro.

El perro busca, y la niña también. Pero lo que buscan es lo que encuentran: no se ponen a pensar qué quieren encontrar, sino que están enamorados de la vida como sorpresa.

Me he dado cuenta de que temo para nada. Si he de sorprenderme, aprenderé yo también de ellos dos. Cada día les haré a mi manera un pequeño homenaje, pero les dejaré solos tan pronto como pueda...

miércoles, 22 de agosto de 2007

El diario roto


Desde lejos, la niña veía cómo la hoja volaba por encima de las cabezas de la gente. El perro paró en seco cuando ella se dio media vuelta mientras corría. Quería atrapar la hoja en el aire, y lo consiguió.

Su amigo la esperaba ansioso.

- ¡Me están echando la bronca! ¡Yo no tenía ni idea de lo frágil que era el libro!

- ¿Por qué serás tan tonto? ¿Ahora cómo vamos a encontrar lo que tenemos que encontrar?

- ¿Pero tú crees que esa hoja iba a ser importante, si es la primera? Tú estás loca. Además, lo de los tesoros es un rollo.

- ¡Que no estamos buscando ningún tesoro! ¡Que te calles ya! Mira, aquí tengo la hoja.

- Sí, llena de puntos y de rayas de varios colores. ¡A que lo has dibujado tú todo!

- ¿Pero por qué voy a pintar yo precisamente en esa hoja, si en mi casa tengo papel para una clase entera? ¡Esto venía así! Y quítate de ahí, que le voy a decir a este señor que tengo la hoja.

- Claro, para ser la reina de la película. ¿El perro ha estado contigo todo el día? Lo estaba buscando.

- Sí, ha estado conmigo. Perdone, la hoja...


martes, 21 de agosto de 2007

Mansedumbre: primera aproximación

Esto es una introducción a una serie de cosas que no vas a entender bien. Cada personalidad requiere un estudio pormenorizado. Yo llamo a eso "ingeniería humana". Los pensamientos hacen que yo sea distinto a ti, y todo esto es un lío.

Del valor que tenemos no nos damos cuenta. A veces, señores, preferimos recrearnos en nuestra supuesta falta de valor. A veces, incluso, nos ponemos mansos. Al perro le ocurre eso muy a menudo.

En sus primeras semanas, el dueño del perro tuvo con él las mejores atenciones. Su casa era pequeña y estaba muy cerca del mar, aunque no de la orilla. La humedad que se sentía en ella embriagó al perro desde su nacimiento, y se le quedó grabada en su memoria para siempre.

El dueño era muy amistoso. A todos los visitantes les mostraba el perro, que hacía fiestas a todos y jugaba con los niños pequeños. Él era un cachorro, inocente, feliz, perrísimo.

Y el olor a sal, ese denso olor a sal, le despertaba por las mañanas y le hacía correr de alegría de una habitación a otra, mientras oía la voz del dueño que le llamaba para saludarle.

Pero un hombre tan mayor que vivía solo en una casa tan aislada no podía estar bien del todo. Sin mujer, sin hijos... ¿con quién iba a enfadarse? Con el alcohol. Y con el perro... A veces no le ponía de comer (y el perro se relamía de gusto cuando le ofrecía por la noche una única salchicha quemada que era la sobra del día); a veces le gritaba de repente y con todas sus fuerzas (el perro se replegaba tembloroso y, despacio, se acercaba al dueño a lamerle la cara); a veces le pegaba con una barra de hierro (y él lloriqueaba mirándole a los ojos, y aguardaba el momento de ponerse panza arriba para que le acariciara).


Al perro, esa mansedumbre le hacía sentirse feliz de una extrañísima forma: disfrutaba los golpes, los gritos, el hambre, el sueño... y los esperaba. Entre todo eso y ser ignorado por completo, se decidió por la "comunicación". En los momentos más dolorosos (porque él sabía que eran dolorosos) se sentía "feliz" (no se pueden explicar con letras lo que el cuerpo siente en algunas circunstacias). Tras un golpe en las costillas con el hierro del demonio, el perro se ponía panza arriba y ladraba contento (a la vez que por sus ojos asomaban lágrimas) para que su dueño le pegara más todavía. ¿Si no qué iba a hacer? ¿Esperaría a ser ignorado día y noche? Al menos, tras esos momentos había comida segura: el dueño se sentía culpable.


Pero el estado de mansedumbre es peligroso. Hace a perros y personas optar por la muerte aunque no la busquen a conciencia: se buscan los palos, no dormir, las malas palabras, el desprecio... Se buscan, sí señor, y cuando se encuentran se quiere más, y llega un momento en el que se está pasivo, muy pasivo, y ya no importa nada.

Pero hubo una ocasión en la que el perro entendió que era mejor llorar y sentir rabia, morder, aullar y ladrar como un monstruo, antes que seguir cayendo. Fue gracias a la niña.

Llevaba en ese momento un vestido amarillo. Jugaba con sus amigos por los caminos de las montañas. Al ver la casa, sintió cierto miedo. ¿Quién viviría allí?

Todos escucharon los gemidos del perro. Se entregaba a su destino con un sufrimiento ejemplar, casi teatral, guardando la compostura y no retrocediendo un paso a pesar de la fuerza mortal de la barra de hierro.

Los demás se fueron corriendo. Sus padres les esperaban en sus casas. Pero la niña y su amigo, que era menor que ella, observaron. Fue llegando el silencio. El perro se había quedado solo, y estaba tan manso que ni siquiera en su soledad lloraba abiertamente, sino que lloriqueaba con amargura... más "feliz" que nunca.

La niña se le acercó y se puso de rodillas ante el perro. Y él la miró a los ojos, y vio lo inocente y bonita que era, y simplemente se dejó llevar. Ni siquiera en sus brazos dejó de mirarla.

domingo, 19 de agosto de 2007

Primera reflexión sobre música


En sus paseos por los pueblos y ciudades que visita, el perro agudiza sus oídos y lo escucha todo sorprendido. Si le faltara el componente sorpresa, seguramente sus viajes no tendrían el mismo interés.

En casi todos los lugares existe una taberna y, si no, cualquier lugar secreto en el que la música suena para ser escuchada por casualidad. Iluminado por las farolas de las calles, y embelesado por los sonidos de las tabernas, el espíritu del perro se vuelve ecléctico. Los sonidos lejanos son los que más le inspiran. Son esos sonidos los que busca con más entusiasmo aún cuando no se escucha nada realmente impresionante.

En una ocasión, el perro vagabundeaba por unas calles laberínticas de un pueblo costero. Las gentes deambulaban también, pero con la diferencia de que tenían un rumbo fijo.

En un cruce de calles, el perro observó que caminaba no muy lejos un grupo de jóvenes vestidos con gabardinas. Parecían gangsters de películas antiguas. Algunos de ellos llevaban consigo aparatosos instrumentos musicales. Se oía en la distancia una música jazz envolvente. Era el momento de seguirles.

Entraron en la taberna. Era un local casi invisible, sin carteles ni señales que indicaran que era un club. El perro pensó que quizá fuera una casa particular, pero cuando se acercó y observó hacia dentro pudo distinguir entre las sombras a decenas de individuos que tarareaban las canciones mientras bebían unos cócteles.

A los perros no se les permite la entrada en los sitios selectos, pero cualquier perro tiene oído suficiente como para disfrutar desde lejos de los saxofones y las trompetas. Tendido cerca del escalón de la entrada, el perro viajero se quedó absorto participando, a su manera, del festival musical del club. Una rata pasó indecisa por delante de él, y al escuchar unos acordes más altos, o quizás al ver cómo el perro levantaba la cabeza para seguirle los pasos con la vista, salió correindo asustada.

Lo primero escrito



Cuando llegó la niña corriendo por las calles del puerto, ya estaba abierto el diario de a bordo. Un amigo, de no más de siete años, ya había empezado a pasar de una en una las hojas, saladas y deterioradas, pero no había conseguido leer nada aún.

El perro corría con ella. El olor a sal se mezclaba en su hocico con el de madera mojada, y el barco donde estaba el diario se veía enorme incluso de lejos.


Un marinero fumaba en una pipa que parecía tan deteriorada como el diario y el barco. Y había pescadores, muchos pescadores, que se arremolinaron alrededor del marinero y del diario cuando supieron que por fin se había descubierto algo.

Con el tiempo descubrí que la niña era extranjera. De pelo rubio y muy delgada, vestía siempre con largos vestidos de tela. A sus diez años nunca había estado en el mar... Ahora el diario tenía una página menos.