martes, 21 de agosto de 2007

Mansedumbre: primera aproximación

Esto es una introducción a una serie de cosas que no vas a entender bien. Cada personalidad requiere un estudio pormenorizado. Yo llamo a eso "ingeniería humana". Los pensamientos hacen que yo sea distinto a ti, y todo esto es un lío.

Del valor que tenemos no nos damos cuenta. A veces, señores, preferimos recrearnos en nuestra supuesta falta de valor. A veces, incluso, nos ponemos mansos. Al perro le ocurre eso muy a menudo.

En sus primeras semanas, el dueño del perro tuvo con él las mejores atenciones. Su casa era pequeña y estaba muy cerca del mar, aunque no de la orilla. La humedad que se sentía en ella embriagó al perro desde su nacimiento, y se le quedó grabada en su memoria para siempre.

El dueño era muy amistoso. A todos los visitantes les mostraba el perro, que hacía fiestas a todos y jugaba con los niños pequeños. Él era un cachorro, inocente, feliz, perrísimo.

Y el olor a sal, ese denso olor a sal, le despertaba por las mañanas y le hacía correr de alegría de una habitación a otra, mientras oía la voz del dueño que le llamaba para saludarle.

Pero un hombre tan mayor que vivía solo en una casa tan aislada no podía estar bien del todo. Sin mujer, sin hijos... ¿con quién iba a enfadarse? Con el alcohol. Y con el perro... A veces no le ponía de comer (y el perro se relamía de gusto cuando le ofrecía por la noche una única salchicha quemada que era la sobra del día); a veces le gritaba de repente y con todas sus fuerzas (el perro se replegaba tembloroso y, despacio, se acercaba al dueño a lamerle la cara); a veces le pegaba con una barra de hierro (y él lloriqueaba mirándole a los ojos, y aguardaba el momento de ponerse panza arriba para que le acariciara).


Al perro, esa mansedumbre le hacía sentirse feliz de una extrañísima forma: disfrutaba los golpes, los gritos, el hambre, el sueño... y los esperaba. Entre todo eso y ser ignorado por completo, se decidió por la "comunicación". En los momentos más dolorosos (porque él sabía que eran dolorosos) se sentía "feliz" (no se pueden explicar con letras lo que el cuerpo siente en algunas circunstacias). Tras un golpe en las costillas con el hierro del demonio, el perro se ponía panza arriba y ladraba contento (a la vez que por sus ojos asomaban lágrimas) para que su dueño le pegara más todavía. ¿Si no qué iba a hacer? ¿Esperaría a ser ignorado día y noche? Al menos, tras esos momentos había comida segura: el dueño se sentía culpable.


Pero el estado de mansedumbre es peligroso. Hace a perros y personas optar por la muerte aunque no la busquen a conciencia: se buscan los palos, no dormir, las malas palabras, el desprecio... Se buscan, sí señor, y cuando se encuentran se quiere más, y llega un momento en el que se está pasivo, muy pasivo, y ya no importa nada.

Pero hubo una ocasión en la que el perro entendió que era mejor llorar y sentir rabia, morder, aullar y ladrar como un monstruo, antes que seguir cayendo. Fue gracias a la niña.

Llevaba en ese momento un vestido amarillo. Jugaba con sus amigos por los caminos de las montañas. Al ver la casa, sintió cierto miedo. ¿Quién viviría allí?

Todos escucharon los gemidos del perro. Se entregaba a su destino con un sufrimiento ejemplar, casi teatral, guardando la compostura y no retrocediendo un paso a pesar de la fuerza mortal de la barra de hierro.

Los demás se fueron corriendo. Sus padres les esperaban en sus casas. Pero la niña y su amigo, que era menor que ella, observaron. Fue llegando el silencio. El perro se había quedado solo, y estaba tan manso que ni siquiera en su soledad lloraba abiertamente, sino que lloriqueaba con amargura... más "feliz" que nunca.

La niña se le acercó y se puso de rodillas ante el perro. Y él la miró a los ojos, y vio lo inocente y bonita que era, y simplemente se dejó llevar. Ni siquiera en sus brazos dejó de mirarla.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Arribo a esta isla con la sensación de haber descubierto algo muy especial, un mundo nuevo, independiente, propio. Aquí las leyes naturales son distintas, y me gusta. Es un rincón donde olvidar, donde no hace falta la mansedumbre.

Quiero saber más del perro, mucho más, y de esa niña...

El Perro dijo...

Pantaleón, muchas gracias. Todo esto va a seguir.