domingo, 19 de agosto de 2007

Primera reflexión sobre música


En sus paseos por los pueblos y ciudades que visita, el perro agudiza sus oídos y lo escucha todo sorprendido. Si le faltara el componente sorpresa, seguramente sus viajes no tendrían el mismo interés.

En casi todos los lugares existe una taberna y, si no, cualquier lugar secreto en el que la música suena para ser escuchada por casualidad. Iluminado por las farolas de las calles, y embelesado por los sonidos de las tabernas, el espíritu del perro se vuelve ecléctico. Los sonidos lejanos son los que más le inspiran. Son esos sonidos los que busca con más entusiasmo aún cuando no se escucha nada realmente impresionante.

En una ocasión, el perro vagabundeaba por unas calles laberínticas de un pueblo costero. Las gentes deambulaban también, pero con la diferencia de que tenían un rumbo fijo.

En un cruce de calles, el perro observó que caminaba no muy lejos un grupo de jóvenes vestidos con gabardinas. Parecían gangsters de películas antiguas. Algunos de ellos llevaban consigo aparatosos instrumentos musicales. Se oía en la distancia una música jazz envolvente. Era el momento de seguirles.

Entraron en la taberna. Era un local casi invisible, sin carteles ni señales que indicaran que era un club. El perro pensó que quizá fuera una casa particular, pero cuando se acercó y observó hacia dentro pudo distinguir entre las sombras a decenas de individuos que tarareaban las canciones mientras bebían unos cócteles.

A los perros no se les permite la entrada en los sitios selectos, pero cualquier perro tiene oído suficiente como para disfrutar desde lejos de los saxofones y las trompetas. Tendido cerca del escalón de la entrada, el perro viajero se quedó absorto participando, a su manera, del festival musical del club. Una rata pasó indecisa por delante de él, y al escuchar unos acordes más altos, o quizás al ver cómo el perro levantaba la cabeza para seguirle los pasos con la vista, salió correindo asustada.

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