sábado, 29 de septiembre de 2007

Bosques y seres


En el fuego de la noche, en un paraje que es todo bosque y misterio, aguarda el abuelo. Todos saben que está muerto, pero lo que no saben es que sigue vivo. Tras las últimas inundaciones, centenares de ranas poblaron los alrededores. Hubo campesinos que las vieron correr alrededor de una hoguera, que el anciano podría haber encendido sólo para ellas aunque, de soslayo, los espíritus de la isla también estaban invitados.

En una ocasión se escucharon gritos. Voces lastimosas de mujer cruzaban el aire. Las ondas formadas dieron lugar a una larga cadena de leyendas en las que el anciano era el gran protagonista.

En otra ocasión, un niño desapareció entre los árboles más espesos, y cuando al cabo de varios días apareció de nuevo, ya era un joven campesino.

Múltiples historias se difundieron acerca de desapariciones y mutaciones. Se llegó a hablar de personas que habían adquirido alma de animales, o incluso de animales que se comportaban de una forma muy humana. Se llegó a tener especial cuidado de no cruzarse con las ranas de las hogueras. El abuelo podría estar muerto o vivo, pero parecía inofensivo; las ranas, con sus miradas burlonas mientras bailaban en círculos, resultaban más que sospechosas.

El perro se inquietó cuando pasó por allí por vez primera. La gente dormía, y el barco seguía anclado en el puerto. La niña soñaba con círculos de colores que iban y venían. Uno de ellos se estrelló en su cara. Era su amigo, que había salpicado su rostro de agua.

Cambio de era


La atmósfera era lúgubre en la sala de las comilonas. Los rostros obesos de los emperadores reflejaban una mezcla de ira e indignación, y sus finas túnicas de seda disimulaban muy poco la tensión de sus cuerpos centenarios. Finalmente, la mala noticia llenó a todos de una ansiedad inusitada.

- Ya ha muerto. Hemos comenzado una nueva era. Las cosas ya no serán iguales.

- ¿Por qué no funcionaron los rebobinadores? ¿Por qué tuvo que dejarnos?

- No me preguntéis. Ahora sólo nos queda indagar. No llegaron a tiempo los documentos, ni parecía eso importar a nuestro emperador muerto. Tal fue su enajenación en los últimos tiempos.

Los emperadores debían su existencia a principios incomprensibles. Dependían de los habitantes del mundo, pero también de las ondas... Y de los permisos. Unos documentos escritos en papiros certificaban la prórroga de sus títulos, y esos documentos no podían extraviarse. Ahora, sin posibilidad de volver atrás, todo estaba perdido para uno de ellos.

El perro, junto al cual se encontraba el poeta, ladraba a la inmensidad. Mientras, el marinero de la pipa hojeaba con cuidado el diario. Nadie podía creer que fuera tan antiguo como aparentaba. El amigo de la niña, distraído, jugaba con un gato que se cruzó en su camino. La niña estaba feliz.

domingo, 9 de septiembre de 2007

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El luto de los emperadores


Mientras el diario pasaba de mano en mano en el puerto, y mientras el perro observaba cómo la niña hablaba con el marinero de la pipa, los emperadores, reunidos en comilona de urgencia, estaban a punto de estallar de rabia. Habían pasado desapercibidos durante siglos, y nunca se había oído hablar de ellos.

- ¡Que se me pare el corazón en este momento si han fallado los rebobinadores!
- ¡Que mueran todos los miembros de mi familia si yo fui el culpable!
- ¡Que traigan aquí ahora mismo a la niña!
- ¡Noooooooooooo! ¡La niña no existe, igual que nadie de esta sala!
- Yo existo, ¿no me ven Sus Señorías? ¡Los rebobinadores! Tremenda desdicha la nuestra, supeditados a un documento que hace siglos se perdiera en los océanos.
- Comed, comed, Sus Señorías, que ha llegado una nueva era de insomnio. ¡Aún somos invisibles, pero sólo si mantenemos nuestros hilos con el mundo!
- ¡Hmmmm, qué delicioso sabor! Felicito con todo mi espíritu al que con sus manos elaboró las delicias de esta comilona. Hacía siglos que no disfrutaba tanto.