lunes, 27 de agosto de 2007

¿Quién entiende al que no entiende a nadie?



El marinero de la pipa, al que todos señalaban con el dedo por pintoresco, no podía dormir. Se quedó dentro del barco, y de vez en cuando paseaba por el puerto. La gran expectación provocada por el descubrimiento del diario le había hecho sentir persona...

Nadie sabía en qué lugares había estado el marinero antes de llegar a este lugar. Además, nadie se había dado cuenta de su papel en las investigaciones que a partir de entonces se iban a llevar a cabo.

Los mensajes en botellas han estado siempre en nuestra mente colectiva como esas intromisiones preciosas de otros mundos en el nuestro. Cada mensaje tuvo su significado, y las personas que los enviaron hicieron su particular apuesta. Quisieron ser leídos, y daba igual la lengua en la que se expresaran. Las corrientes de los mares divulgaron noticias increíbles. Corrieron las fábulas. Los amantes, aliándose con la inmensidad de los océanos, transmitieron su desesperación a miles de millas.

El marinero tenía ahora en sus manos, mientras encendía su pipa en el interior del barco, una prueba más de que los mensajes secretos viajaban por el mar. No había botellas, pero el libro había aparecido en cubierta. Hasta entonces, el marinero había llevado una vida tranquila. Cuando, tras una larga travesaía, regresaba por unas semanas a su casa en Alejandría, su esposa le esperaba ansiosa de noticias. Habría tenido que zarpar hacia su hogar si no hubiera sido por ese diario amarillento, ese pergamino ininteligible que amenazaba con mantenerse en su vida muy a su pesar.

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