
El perro, acostado, escuchaba el ruido de las olas. El salitre le adormecía a ratos y, mientras tanto, la niña recogía flores por el campo para ponérselas en su sombrero.
Pasó por allí cerca el anciano. Espiaba a la niña desde lejos. El perro, por su parte, dejó de estar tan adormecido. De reojo espiaba al cartero, que repartía cartas y paquetes con su bicicleta, y al anciano, que se acercaba.
La niña volvió sonriente: "Mil flores, traigo mil flores", y tal como estaba las lanzó de repente al aire, dando lugar a una verdadera explosión de colores. El perro salió a su encuentro ladrando despreocupado. El anciano sonreía secretamente, y olvidaba por un momento que su nieto no estaba allí.
Pasó por allí cerca el anciano. Espiaba a la niña desde lejos. El perro, por su parte, dejó de estar tan adormecido. De reojo espiaba al cartero, que repartía cartas y paquetes con su bicicleta, y al anciano, que se acercaba.
La niña volvió sonriente: "Mil flores, traigo mil flores", y tal como estaba las lanzó de repente al aire, dando lugar a una verdadera explosión de colores. El perro salió a su encuentro ladrando despreocupado. El anciano sonreía secretamente, y olvidaba por un momento que su nieto no estaba allí.