sábado, 29 de septiembre de 2007

Cambio de era


La atmósfera era lúgubre en la sala de las comilonas. Los rostros obesos de los emperadores reflejaban una mezcla de ira e indignación, y sus finas túnicas de seda disimulaban muy poco la tensión de sus cuerpos centenarios. Finalmente, la mala noticia llenó a todos de una ansiedad inusitada.

- Ya ha muerto. Hemos comenzado una nueva era. Las cosas ya no serán iguales.

- ¿Por qué no funcionaron los rebobinadores? ¿Por qué tuvo que dejarnos?

- No me preguntéis. Ahora sólo nos queda indagar. No llegaron a tiempo los documentos, ni parecía eso importar a nuestro emperador muerto. Tal fue su enajenación en los últimos tiempos.

Los emperadores debían su existencia a principios incomprensibles. Dependían de los habitantes del mundo, pero también de las ondas... Y de los permisos. Unos documentos escritos en papiros certificaban la prórroga de sus títulos, y esos documentos no podían extraviarse. Ahora, sin posibilidad de volver atrás, todo estaba perdido para uno de ellos.

El perro, junto al cual se encontraba el poeta, ladraba a la inmensidad. Mientras, el marinero de la pipa hojeaba con cuidado el diario. Nadie podía creer que fuera tan antiguo como aparentaba. El amigo de la niña, distraído, jugaba con un gato que se cruzó en su camino. La niña estaba feliz.

No hay comentarios: